
Los efectos subjetivos del MDMA aparecen poco después de una hora. Están relacionados con una sensación general de bienestar, aumento de la sensibilidad, disminución de la ansiedad –aunque en ocasiones la aumenta–, relajación, y una sensación de mayor conexión con el estado anímico o emocional de otras personas (empatía).
Muchos de los efectos derivados del consumo de MDMA son similares a los descritos para el consumo de cocaína y anfetaminas. Al igual que estas sustancias, el éxtasis ejerce una acción estimulante sobre el sistema nervioso central, elevando el estado de ánimo y disminuyendo la sensación de hambre y cansancio. Después de los efectos estimulantes aparece depresión y fatiga. Otros síntomas físicos que se han descrito después de consumir MDMA son: tensión muscular, movimientos involuntarios de mandíbula (bruxismo), náuseas, visión borrosa, temblores, insuficiencia renal o edema pulmonar.
Existen efectos psicológicos adversos como: confusión, inquietud, irritabilidad, estados depresivos, problemas del sueño, ansiedad severa y estados paranoides que, en ocasiones, pueden continuar durante semanas después de su consumo.
El uso de éxtasis, a menudo asociado a una actividad física prolongada –como bailar– y una temperatura ambiental alta, puede producir un aumento crítico de la temperatura corporal (conocido como golpe de calor), así como hipertensión y deshidratación. El golpe de calor es una complicación muy grave del consumo de éxtasis, que puede llegar a causar la muerte. Por ello, cuando se consume, es necesaria la hidratación frecuente (con agua, refrescos, zumos de fruta u otras bebidas sin alcohol), hacer pausas para descansar y refrescarse.
El consumo intensivo y continuado de MDMA puede provocar daños a largo plazo en zonas del cerebro que son críticas para el pensamiento, la memoria y el placer. Estudios que utilizan técnicas de imagen cerebral indican que el MDMA afecta, sobre todo, a las neuronas que utilizan el neurotransmisor serotonina. El sistema serotoninérgico juega un papel muy importante en la regulación del estado de ánimo, la agresión, la actividad sexual, la memoria y otras funciones intelectuales, el sueño y la sensibilidad al dolor.
El consumo continuado de éxtasis incrementa el riesgo de paranoias, depresiones y ataques de pánico –sobre todo en personas con cierta predisposición psicológica o que están pasando una mala época. Además, puede quedar afectado el hígado y el corazón.
Fuente: tupunto.org
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